La Nación De la banalidad del mal al mal de la banalidad
07/06/2025
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Estamos en la era de los nuevos líderes del odio. Y digo nuevos porque líderes de este tipo hubo siempre. Son como el flujo y el reflujo de la marea. Las recaídas se producen porque no somos capaces de asimilar las lecciones de la historia ni de saldar las asignaturas pendientes de la democracia, sobre todo las relativas a su promesa de igualdad. También, claro, porque nuestra naturaleza oscila entre el vicio y la virtud. El lugar común dice que nada se repite de la misma forma. Sin embargo, los políticos haters reinciden en dinámicas que no conocen límite de tiempo y espacio, y menos de ideología. Son, como se dice, de manual. La actualización que aportarán a ese manual los populistas de la nueva generación pasa por el capítulo de las redes sociales. Donald Trump, Nayib Bukele y Javier Milei, entre tantos, lo están escribiendo en tiempo real, con la colaboración de un ejército que desde el anonimato digital aporta lo suyo a la fábrica de odio y a la consiguiente ficción que la alimenta. Esta nueva irrupción de líderes extremos está convirtiendo la banalidad del mal en el mal de la banalidad, dice la escritora turca Ece Temelkuran, inspirada en otro miembro del club, Recep Tayyip Erdogan. No es un juego de palabras. La política se degrada en un espiral que parece no tener fin. Aquí, allá y en casi todas partes. En nuestro país, la ignorancia y la frivolidad han invadido el Congreso. No es algo nuevo. Pero, a juzgar por la sesión en la Cámara de Diputados de esta semana, estamos rompiendo records. Los haters de un extremo se cruzan con los del otro, en un festival de insultos y simplificaciones que denotan un grado de violencia verbal y de falta de preparación alarmante. Para alcanzar una hegemonía, los populismos buscan reemplazar al periodismo independiente con el ruido de las redesLa lógica de las redes se trasladó al Congreso. Hay legisladores y legisladoras que han ganado su banca como premio a su trabajo de demolición online. Ya no hay distancia entre lo que se escribe en Twitter y lo que se dice desde la banca. Hay un lenguaje único. Y un pensamiento único. Se reacciona con furia sagrada contra todo lo que lo contradiga. Así actúa el relato, cualquier relato. Lo llaman batalla cultural y tal vez lo sea, porque está liquidando lo que queda de cultura, si entendemos por eso la capacidad de dudar, de escuchar y de aceptar la complejidad de lo real, hoy reducida a la superficie plana del móvil. Las redes, más allá de sus beneficios, nos han embrutecido. Culpa nuestra, aunque la política del aturdimiento que imponen los jerarcas que se enriquecen con nuestra adicción no deje mucho margen para otra cosa. Los líderes del odio aprovechan esto y lo potencian, porque su poder está vinculado al grado de ignorancia de la sociedad. Para imponer un relato que divide entre buenos y malos, para que se acepte una ficción en blanco y negro, es preciso apagar en el ciudadano la capacidad de pensar, de cuestionar, de ejercer la crítica. En este proceso en marcha –aquí, allá y en casi todas partes– no es casual que, para alcanzar una hegemonía, los populismos busquen reemplazar al periodismo independiente con el ruido de las redes. Como ellos, las redes son “lo nuevo” y el periodismo es “lo viejo”, aquello que impide el avance triunfal hacia ese paraíso que estos líderes prometen.“Los nazis odiaban los periódicos y los periodistas. Se regocijaban con el desprecio de los lectores hacia la prensa y la política. Lo fomentaban. No estoy seguro de que los insultaran llamándolos ‘putas’ o ‘juntaletras’, como ha llegado a ocurrir en Italia. Sin embargo, no había discurso, mitin o artículo de opinión en el que no arremetieran violentamente contra la Lügenpresse, la ‘prensa de la mentira’”, recuerda el periodista italiano Siegmund Ginzberg en su libro Síndrome 1933. Hoy Milei acusa a los periodistas de “ensobrados”, “pauteros” y “mentirosos”. Incluso llegó a llamarlos “soretes”, inclinado a identificar lo que detesta con aquello que produce un asco instantáneo, un rechazo físico y sensorial, y en consecuencia absoluto. Ataca a un gremio hoy desacreditado, no solo por errores provenientes de sus propias filas, sino también por el embate sistemático del kirchnerismo en el poder, que fomentó el desprecio y el odio contra la prensa crítica y trató de reemplazarla con un periodismo militante, es decir, con propaganda. Pero el periodismo independiente resistió y resiste. Quedó en claro el jueves durante el acto en que la Academia Nacional de Periodismo distinguió con el premio Pluma de Honor a los periodistas Leila Guerriero (2024) y Jorge Fernández Díaz (2025), y en el que se rindió además homenaje a Jorge Lanata. “Acosar y difamar al periodismo significa otro desprecio a la democracia”, dijo Joaquín Morales Solá, presidente de la Academia. “Cuento historias sin reduccionismos, con sus matices y contradicciones”, dijo Guerriero. “El periodismo es la última resistencia de la democracia liberal y la última barrera contra la gran mentira”, dijo Fernández Díaz. Los discursos arrancaron largos aplausos en el auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional, que se vio desbordado. Fue, en suma, un acto de resistencia contra el acoso y la imposición de una voz única. Urgente y necesario.
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